domingo, 18 de febrero de 2018

Negativos... o positivos

En otras circunstancias estaría desolado. Claro que aún no he asimilado si lo estoy. Sabía que los ratones pueden colarse por cualquier hueco y llegar a los sitios más protegidos. Lo que ignoraba es que los negativos son un manjar para ellos. 
Ahora ya lo sé, aunque es tarde. Acabo de descubrir que han devorado mi trabajos fotográficos en blanco y negro de veinte años. Algunos encargados en laboratorios profesionales, si bien casi todos los revelé yo mismo en mi cuarto oscuro.
Pensaré si intentaré salvar algo, con el riesgo emocional que ello conllevaría de ir viendo cada pérdida o si directamente tiraré la caja sin buscar nada en ella.
Siempre planeaba que debía seleccionar las mejores fotos para exponerlas o publicarlas en un libro. También dudaba sobre su destino el día que yo faltara. Ahora tengo un vacío extraño de explicar, pero una preocupación menos.

domingo, 4 de febrero de 2018

Una parada en el camino

No es lo mismo ser turista que viajero. Hago esta reflexión desde el pueblo de mis padres, donde ahora paso largas temporadas. Para los que no lo tenemos como destino, Villalpando es un mero lugar de paso, y más para los asturianos que van a Madrid en autobús ya que es su parada en mitad del camino. Incluso, para Manuel Astur, uno de los buenos escritores de este país, Villalpando es una especie de purgatorio; claro que solo conoce la estación de autobuses en medio de una extensa llanura, de una Tierra de Campos en la que los cielos renuevan su vestuario cada día.
Por la autovía junto a Villalpando transitan cada día miles de vehículos. Y más en los puentes o vacaciones, cuando los conductores se dirigen a Asturias o a Galicia. La mayoría mira el letrero como uno más a lo largo de su ruta. Algunos pasamos decenas de veces por un lugar sin que nos hayamos ni siquiera planteado conocerlo. La prisa por llegar a nuestro destino nos impide disfrutar del camino.
Apenas hay que desviarse para entrar en Villalpando, una villa forjada por la historia que conserva dos puertas de la antigua muralla (una especialmente portentosa) y una de las plazas porticadas más bellas de Castilla, amén de varias iglesias del siglo XII.
Pero no es solo por sus monumentos por lo que yo invito a detenerse en Villalpando. Es por los pequeños detalles que solo se pueden disfrutar en los pueblos. Comprar pan en sus panaderías tradicionales o los típicos feos de almendra en la confitería de la plaza, arreglarse la barba donde Chico, adquirir alguno de sus afamados quesos de oveja o su incomparable embutido en cualquiera de las carnicerías, disfrutar del spa en la Posada de los Condestables, conseguir miel en la antiquísima tienda de Juanito o hacer la ruta de vinos por unos bares regidos por magníficos profesionales que cuidan mucho su cocina y de sus clientes; no en vano el corto de cerveza con tapa cuesta un euro.
Confío en que la próxima vez que ustedes pasen por Villalpando duden antes de mantener el pie en el acelerador. Estoy seguro de que la parada valdrá la pena y, de algún modo, pasarán a ser viajeros en una villa donde serán muy bienvenidos.
Y si su ruta frecuente no pasa por la A-6, puede que tengan "otro Villalpando" en su camino, un lugar en el que siempre han pensado en parar y nunca lo han hecho. Están a tiempo.

jueves, 1 de febrero de 2018

Luna azul


Me cuesta creer en las señales y, sin embargo, estas se empeñan en provocarme, burlonas.
Mi primer amor tenía -y tiene- unos increíbles ojos azules. Aquella chica y yo tuvimos que separarnos en nuestra adolescencia y ella me escribía poemas, "palabras de amor, sencillas y tiernas" porque "a los quince años no se saben más" (gracias, Serrat).
Uno de ellos estaba dedicado a la luna y venía a decir que, por muy lejos que estuviéramos, veíamos su idéntico fulgor.
Anoche, la última de enero, hubo luna llena como cuando murió mi madre. Y además fue azul, el color de unos ojos maravillosos que no se me van del pensamiento.