Muchas de mis tramas son producto
de mi manera de contemplar la vida, de hacerme preguntas, de sentirme atraído
por personas especiales alejadas de rutinas y pudores. Una de mis frases más
repetidas en público es que los escritores debemos hacer verosímil la realidad.
Y es así. Muchas de las historias que nos rodean no serían creíbles en un libro
si el novelista no las filtrara por el tamiz de la coherencia.
Si me llega una de esas
historias, soy celoso de ellas. Las escondo para mí con la ilusión de que un
día pueda convertirlas en novelas. Sin embargo, mis arrugas me recuerdan que no
podré escribir tantas.
Por eso, esta vez voy a resumir
una de esas que habría que maquillar para hacerla creíble. Y como esto no es
una novela… todavía, puedo contarla tal cual.
Una tarde de julio vi caminar a
tres chicas por Sevilla, muy cerca de nuestro restaurante. Obviamente llamaron
mi atención, porque dos de ellas eran gemelas, de una belleza imposible de
olvidar. Y por esos avatares caprichosos de ese destino el que no creo pero que
se burla de mí en cuanto me descuido, una noche de septiembre, me encontré a
una de las gemelas en Santander, en la otra punta de España.
Ha pasado un mes y medio desde su
primera respuesta, casi despectiva, a mi saludo. Pero la novela está por
escribir. Aunque quizás esta vez sí tenga que echar mano de mi imaginación.