martes, 31 de enero de 2012

Adiós a Pepe Peregil

Me acabo de enterar de que Sevilla perdió el pasado viernes un pedacito de su alma. Así que, a partir de ahora, será un poco más complicado que nos quiten los pesares. 
Tuve la suerte de conocerle, de charlar unas cuantas veces con él en su taberna Quitapesares, de que me acompañara al convento de los Terceros para ver los preparativos de los pasos de la Hermandad de la Cena, de que se leyera La sangre de los crucificados y de que me dejara fotografiarle en plena saeta.
Me gusta esta foto porque creo que conseguí plasmar en ella algo de la fuerza y del sentimiento de su intérprete. 
Sevilla le echará de menos... y yo también.
Descanse en paz Pepe Pérez Blanco Peregil, tabernero, cantaor y buena gente.

martes, 24 de enero de 2012

La canción del mar

Las nubes quisieron prolongar su romance con la tierra y se resistían a abrirle el paso a las primeras luces del alba. Un extraño rumor procedente del norte arrullaba un puñado de sueños. Pelayo se incorporó de la cama para asomarse al diminuto ojo de buey. Al este, un ligero matiz en el cielo apenas discernía el día de la noche. Se mostró impaciente. Impaciente y fastidiado. Imposible distinguir nada unas varas más allá. Y sin embargo, estaba ahí mismo. Su melodía le delataba. Notas que brotaban apacibles para componer una canción eterna. La canción del mar.

La edición en bolsillo de Muerte dulce acaba de desembarcar en las librerías. Por eso, he querido mostrarles el mar que Pelayo contempló desde su ventana cuando acompañaba a don Fernando de Zúñiga en la búsqueda de un asesino relacionado con el juego del mus.

lunes, 16 de enero de 2012

El puente de La Salve

No es que vaya a comenzar una serie con los puentes bilbaínos (aunque tampoco estaría mal), pero dado que simpatizo más con el puente de La Salve que con el Zubizuri, quizás porque acaba de sumarse al club de los cuarentones, dejo una foto de su estampa junto al museo Guggenheim.

domingo, 15 de enero de 2012

Zubizuri

El Zubizuri (del euskera: puente blanco) es uno de esos ejemplos claros de que no siempre diseño y funcionalidad van de la mano.
Su suelo de cristal ha provocado bastantes resbalones y caídas entre sus transeúntes, al igual que ha sucedido con su homólogo veneciano. Además, la decisión del ayuntamiento de levantar una plataforma para unirlo con la Puerta Isozaki (apellido japonés, que conste) provocó la denuncia de su arquitecto, Santiago Calatrava.
Al margen de pleitos y resbalones, el Zubizuri forma parte ya del paisaje bilbaíno. Aquí dejo estas fotos para presentárselo a los que no lo conozcan, ahora que está a punto de convertirse en un quinceañero.
Por cierto, pueden ver aquí una magnífica foto del Zubizuri, tomada al atardecer por Javier T. Palacio.

miércoles, 11 de enero de 2012

Portugalete medieval

Estos son algunos de los escenarios que Fernando de Zúñiga recorrió en Portugalete allá por 1683 en su investigación de unos misteriosos asesinatos en torno a una legendaria partida de mus, celebrada en la taberna bilbaína de El muslari tuerto.
Es precisamente en Portugalete donde su alguacil, Francisco de Casares, informa a Fernando de Zúñiga de la existencia de un nuevo juego de naipes que, a pesar de estar prohibido, causa furor por aquellas tierras: el mus.
El bullicio diurno de los lugares quizás no nos deja ver más allá de las gentes que los recorren. Sin embargo, cuando cae la noche y las calles se quedan vacías, en la oscuridad, rumiando sus silencios, me resulta más fácil viajar a épocas pasadas.
Vagar solo por los parajes que mis personajes recorrieron antaño me sirve para inspirarme. Y no descarto que cualquier día, en uno de estos paseos a horas intempestivas me tope con la sombra lúgubre de Fernando de Zúñiga esquivándome tras una esquina centenaria.

Muerte dulce en bolsillo

Si no está ya en las librerías, está a punto de llegar la edición en bolsillo de Muerte dulce; por cierto, muy cuidada por Algaida.
De este modo, las dos aventuras de Fernando de Zúñiga ya están publicadas en cartoné, en formato electrónico (ebook) y en bolsillo.

jueves, 5 de enero de 2012

La dama de Skye

Mi regalo de Reyes es este relato que escribí hace poco para Literatura y realidad de la Asociación de Escritores de Euskadi y que espero que lo disfruten. Por motivos que él y yo conocemos, se lo dedico a mi amigo Fernando Cartón.
Desde que su novia le abandonara, casi un año atrás, su vida distaba mucho de ser ordenada. Las noches en las que no se emborrachaba, encendía el ordenador y navegaba sin rumbo por internet hasta que, hastiado, desembocaba en aquel chat repleto de treintañeras desesperadas que buscaban a su príncipe azul en un nido de salidos.
Cada día adoptaba un nick diferente, intercambiaba conversaciones con chicas a las que contaba lo que ellas querían oír y, cuando el sueño le vencía, ya de madrugada, se dejaba caer en la cama, arrepentido por aquella absurdidad que le empujaba a acostarse tan tarde. Aun así, la historia se repetía casi a diario… como si la pantalla y el teclado pudieran sosegar aquella ansiedad engendrada por la soledad y el abatimiento.
De vez en cuando, miraba de reojo a su librería, casi avergonzado. Él, que había sido un lector voraz en su juventud, hacía años que no leía un libro. Pulsar el botón de su portátil se había convertido en un acto tan reflejo que alargar el brazo hacia cualquiera de los anaqueles de su estantería le parecía una rebelión contra su propio instinto.
Hasta que una noche, mientras chateaba, una tormenta interrumpió el suministro eléctrico de su casa. La batería de su viejo ordenador también claudicó poco después, sin que le diera tiempo a despedirse de casada-35. La oscuridad le obligó a levantarse en busca de alguna vela. Recordó que las escondía en la estantería, tras los libros. La luz de su teléfono móvil le guio hasta ellas. Al prender el pabilo de la más grande, se iluminó el título de una novela: La dama de Skye. Su madre se la acababa de regalar por su cumpleaños porque el personaje protagonista llevaba su mismo nombre: Martín.
Sus dedos acariciaron el lomo para extraer el libro con el mismo recelo del amante dispuesto a desnudar a una mujer por primera vez. Colocó la vela dentro de un vaso, se sentó en su escritorio y abrió el volumen dispuesto a leer unas cuantas páginas. Sin embargo, la historia de aquel caballero castellano del siglo XIII, le atrapó enseguida y no fue capaz de soltarla, ni siquiera cuando regresó la luz, iluminando su despacho. Es más, aprovechó el momento para ir al baño y apagar el interruptor. Se encontraba tan imbuido en aquella aventura medieval que prefirió terminarla sin luz artificial. 
Con el fin de la noche, llegó también el de la lectura de la última página. Martín se acostó reconfortado por primera vez desde hacía mucho, mucho tiempo. En su duermevela, se colaron los amores de su tocayo con Isla, la dama de Skye, una preciosa joven del clan escocés de los MacLeod que habitaba en el castillo de Dunvegan, hasta donde llegó en uno de sus viajes, tras combatir en las cruzadas.
Cuando al día siguiente regresó a casa, después del trabajo, encendió el ordenador; pero esta vez lo hizo para indagar si Isla había existido en realidad o simplemente la había creado la autora de la novela. Las horas pasaron sin que Martín fuese capaz de hallar ninguna pista al respecto. Y antes de acostarse, repasó el capítulo en el que se describía a la muchacha.
Aquella noche, Isla se coló de lleno en sus sueños. Ambos paseaban bordeando el lago de Dunvegan. Al llegar a un pequeño pinar, ella se soltaba la trenza y se agitaba su melena pelirroja mientras sus ojos azules se clavaban en los labios de él. Parapetados por la niebla, Martín le acariciaba la mancha de nacimiento que tenía en el cuello, bajo la oreja, y la besaba con tal pasión que se despertó jadeando.
Martín soñaba con Isla casi todas las noches. Por las mañanas, lo primero que hacía era tocar con suavidad la novela que ya descansaba, sin disimulo, sobre su mesilla. Y es que, sin saber cómo, se había enamorado del personaje de una novela.
Desde entonces, se fijaba en todas las chicas pelirrojas con las que se cruzaba… pero ninguna tenía la belleza delicada de Isla. Hasta se le pasó por la cabeza tratar de ponerse en contacto con la autora del libro para averiguar si se había inspirado en alguien real a la hora de crear el personaje.
Su obsesión llegó a tal extremo que, aquellas vacaciones, decidió viajar hasta Escocia para conocer la isla de Skye. A pesar de no haber estado nunca antes allí, se sintió como en casa. Quizás fuese por las lecturas del libro, pero lo cierto es que tenía la sensación de conocer cada uno de los parajes. Incluso, se movía con desenvoltura dentro del castillo de Dunvegan. Se estremeció al pensar que quizás le regresaban los recuerdos de una vida anterior… cuando él jamás, hasta entonces, había creído en la reencarnación ni en nada parecido.
Aquella semana no sirvió más que para alimentar su delirio. Sentado junto al lago, releía La dama de Skye mientras miraba de vez en cuando hacia las ventanas del castillo por si a Isla se le ocurriese asomarse.
Subió la escalera del avión de regreso completamente aturdido, como si cuanto le acontecía formase parte de los sueños que le venían acompañando… como si él mismo se encontrase protagonizando una ficción y, en realidad, aquello no estuviese ocurriendo más que entre las páginas de una novela.
Al despegar el avión, pudo contemplar con claridad el halo de niebla que envolvía a la isla de Skye y una lágrima traicionera resbaló sobre su mejilla al tiempo que acariciaba su inseparable novela.
            -¿Se encuentra usted bien? ¡Qué casualidad! Lleva usted un libro escrito por una amiga. ¿Ya lo ha leído?
Martín giró la cabeza hacia el pasillo, tratando de enjugarse disimuladamente el rostro. La azafata le sonreía con dulzura. Él se fijó en su preciosa melena rojiza, en sus profundos ojos azules y en la mancha de nacimiento bajo la oreja.
La estupefacción le impidió musitar palabra alguna y asintió con la cabeza.
-Entonces, quizás hasta sepa cómo me llamo –coqueteó ella, cubriendo con la mano la placa que indicaba su nombre.
            -Isla, Isla MacLeod...

miércoles, 4 de enero de 2012

Fotógrafos Final Copa Davis 2011

 Suele suceder que a los que nos gusta hacer fotos, no nos gusta tanto salir en ellas.
Por eso, espero que los fotógrafos deportivos que cubrieron la final de la Copa Davis en Sevilla que vean estas fotos de familia las tomen como un recuerdo de un día muy especial. Por aquí deben de andar profesionales como Fernando Ruso, Paco Cazalla, Javier Díaz, Juan José Úbeda, Juan Rodelas, Marcelo del Pozo, Pérez Cabo, Cristina Quicler, Antonio Pizarro, Eduardo Abad, Paco Puertas, Chema Moya o Rocío Ruiz, entre otros.

P.D. Como siempre, las tengo a más resolución a libre disposición de los fotografiados.

domingo, 1 de enero de 2012

2012

Quiero empezar el nuevo año con una de las últimas fotos realizadas el año pasado. Una foto donde interpreto cosas, más allá de lo que se ve: el flamante puente Bizkaia con su nueva coloración o la luna tratando de abrirse paso entre las nubes que cubren el abra de Portugalete.
Quiero ver esta foto como un símbolo, como un juego de esperanza que mi cámara ha querido regalarme.
Por eso espero que este año que acaba de comenzar pueda darme alguna que otra alegría; y es que mi nueva novela también se encuentra abriéndose paso entre las nubes, por lo que confío que pueda publicarse antes de que llegue el fin del mundo, anunciado por los mayas para el 21 de diciembre de 2012. 
Y por si acaso los mayas aciertan, les aconsejo que disfruten de todos aquellos pequeños momentos de felicidad efímera, y que lo hagan cada día. Mis mejores deseos para todos.